Los α-bloqueantes se encuadran dentro del tratamiento de primera línea para la hiperplasia benigna de próstata (HBP). Adicionalmente, se sabe que su unión a receptores α1 arteriales les confiere una acción hipotensora debido a su efecto vasodilatador. De hecho, al iniciarse el tratamiento puede producirse una marcada hipotensión ortostática acompañada de síncope. Este efecto, llamado “fenómeno de primera dosis”, fue descrito incialmente para la prazosina y posteriormente, para otros como terazosina y doxazosina. Por este motivo, la FDA les impuso en su etiquetado un aviso del tipo “caja negra”.
La tamsulosina es un α-bloqueante con mayor afinidad por los receptores α1 del tejido prostático que mostró en los ensayos clínicos aportados para su autorización menores tasas de astenia, mareo e hipotensión grave que otros α-bloqueantes no selectivos como terazosina y doxazosina, lo que se empleó como ventaja a la hora de su comercialización. Sin embargo, se carece de datos sobre la incidencia de hipotensión grave inducida por este medicamento en la práctica clínica. Para tratar dar una respuesta a esta incógnita se ha publicado recientemente un estudio en el British Medical Journal con el objetivo de determinar la relación entre el tratamiento con tamsulosina y la aparición de hipotensión que requiere hospitalización en hombres con HBP y que vamos a resumir en esta entrada.
Se trata de un estudio de cohortes retrospectivo de financiación independiente de la industria farmacéutica (Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad McGill, Fondo para la Investigación Sanitaria de Quebec y Ministerio de Sanidad y Servicios Sociales de Canadá). La población analizada fue de varones estadounidenses de edad comprendida entre 40 y 85 años, con seguro privado de salud y que recibieron una primera dispensación de tamsulosina o un inhibidor de la 5-α-reductasa entre enero de 2001 y junio de 2011, tras un periodo mínimo de 6 meses de aseguramiento. La variable evaluada fue hipotensión grave que requiera hospitalización, cuantificándose en diferentes intervalos: semanas 1-4, 5-8 y 9-12 tras iniciar el tratamiento con tamsulosina o tras reiniciarlo después de un descanso de 4 semanas y a lo largo de todo el tratamiento. Asimismo, se llevó a cabo un análisis secundario de series de casos autocontrolados en todos los pacientes del estudio de cohortes que hubieran sufrido un ingreso hospitalario por hipotensión. Este método permite estudiar la asociación entre un evento agudo y una exposición transitoria utilizando únicamente datos sobre los casos, sin que sean necesarios controles.
En el estudio de cohortes se incluyeron 383.567 nuevos pacientes (297.596 con tamsulosina y 85.971 con un inhibidor de la 5-α-reductasa). Con los inhibidores de la 5-α-reductasa se registraron 31,3 ingresos hospitalarios por hipotensión grave por cada 10.000 personas y año mientras que para tamsulosina se obtuvo una incidencia de hipotensión de 42,4 casos cada 10.000 personas y año.
De este modo, se detectó un aumento significativo de la razón de tasas de incidencia (RDI) para hipotensión grave en las semanas 1-4 y 5-8, tanto tras iniciar como al reiniciar el tratamiento con tamsulosina, pero no en las semanas 9-12. Por su parte, el tratamiento de mantenimiento presentó un incremento pequeño pero estadísticamente significativo del riesgo de hipotensión. El análisis de series de casos autocontrolados mostró resultados coincidentes con lo anterior.
En conclusión, el tratamiento con tamsulosina se relacionó con un incremento del riesgo de hipotensión que requiere hospitalización. El mayor incremento del riesgo, que oscilaba del 151% al 256%, se observó durante las 8 primeras semanas tras iniciar o retomar el tratamiento. El incremento del riesgo se mantuvo, aunque en menor grado (19%-36%), durante todo el tiempo de tratamiento.
Este estudio muestra que tamsulosina aproximadamente multiplica por dos el riesgo de sufrir una hipotensión que requiera hospitalización durante las primeras ocho semanas tras iniciar o retomar el tratamiento.
Esta es una nueva prueba de un hecho que ya es bien conocido: los ensayos clínicos son muy útiles, pero no son una buena herramienta para detectar efectos adversos. Para detectar y cuantificar los efectos secundarios de un medicamento son necesarios datos de un gran número de pacientes y los ensayos clínicos suelen contar con una cifra de participantes reducida además de realizarse en “pacientes ideales”. Esto hace que sus resultados no sean en muchos casos representativos de lo que ocurrirá en la práctica clínica habitual. Frente a esto, los estudios observacionales de farmacovigilancia activa realizados con bases de datos clínicas, como el que nos ocupa, nos facilitan información de los efectos de los medicamentos en personas del mundo real y en condiciones del mundo real. En este caso concreto, vemos como la supuesta mejora derivada de un mecanismo de acción más específico de la tamsulosina no se traduce en un mejor perfil de seguridad real. Una vez más, del in vitro al in vivo hay algo más que un par de letras.
Entrada elaborada por Rafael Páez Valle
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