Está bien establecido que los betabloqueantes son eficaces reduciendo el riesgo de mortalidad y la recaída tras un infarto de miocardio. También se sabe que los pacientes con enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC) tienen un mayor riesgo de presentar comorbilidades cardiovasculares y que su supervivencia tras un infarto de miocardio es inferior a la de los pacientes que no presentan EPOC. Sin embargo, el uso de betabloqueantes en este grupo de pacientes es limitado, probablemente porque durante años se consideró que estaban contraindicados en esta enfermedad debido a la posibilidad de generar broncoespasmo.
No obstante, algunos estudios observacionales realizados sobre bases de datos clínicas -como este en Escocia y este en Holanda- han proporcionado resultados que sugieren que los betabloqueantes pueden mejorar la supervivencia y reducir el riesgo de exacerbaciones en pacientes con EPOC, gracias a una actividad protectora a nivel cardiopulmonar.
Siguiendo esta línea, se acaba de publicar un estudio observacional que trata de determinar si la prescripción de betabloqueantes en pacientes con EPOC que han sufrido un infarto de miocardio se asocia con una mejora de la supervivencia.
Se trata de un estudio de cohortes en población británica. A partir de un registro hospitalario de ingresos por síndrome coronario agudo y de la base de datos británica General Practice Research Database (GPRD), se seleccionaron 1.063 pacientes con EPOC que habían presentado por primera vez un infarto de miocardio entre 2003 y 2008. De ellos, 586 no recibieron tratamiento con betabloqueantes, 244 ya los tomaban antes del infarto y 233 iniciaron el tratamiento durante el ingreso hospitalario, principalmente con betabloqueantes cardioselectivos (bisolprolol, atenolol, metoprolol, carvedilol, nebivolol, propranolol y sotalol). La variable principal del estudio fue la mortalidad por todas las causas.
La media de seguimiento de los pacientes después del infarto fue de 2,9 años y los resultados se ajustaron mediante diferentes factores que podían introducir sesgos (como la edad, el sexo, el hábito tabáquico, el tratamiento con otros medicamentos, las comorbilidades o el tipo y gravedad del infarto), expresándose como como Hazard Ratio ajustado (HRa).
Al analizar los resultados, se observó cómo la instauración del tratamiento con betabloqueantes durante el ingreso hospitalario se asoció con una mejora de la supervivencia (HRa 0,5; IC95: 0,36-0,69; p<0,001); del mismo modo, los que ya estaban en tratamiento antes de sufrir el infarto también presentaron una mayor supervivencia que los que no recibieron betabloqueantes, aunque con una diferencia algo menor (HRa 0,59; IC95: 0,44-0,79; p<0,001). La conclusión de los autores fue que el tratamiento con betabloqueantes, iniciado durante el ingreso hospitalario o previamente al mismo, se asocia con una mejora de la supervivencia tras sufrir un infarto en pacientes con EPOC.
Parece, por tanto, que estamos ante la paradoja de que los betabloqueantes pasarían de estar contraindicados a que se recomiende su empleo en aquellos pacientes con EPOC que hayan sufrido un infarto de miocardio. El motivo para su contraindicación clásica, el riesgo de broncoespasmo, se podría reducir empleando betabloqueantes cardioselectivos e iniciando el tratamiento con dosis bajas, para luego ir escalándolas lentamente.
Estamos ante un nuevo ejemplo de cómo un estudio observacional realizado a partir de una base de datos con información de las historias clínicas es capaz de proporcionar una valiosa información sobre la efectividad y la seguridad de los medicamentos; algo que los ensayos clínicos no pudieron o no quisieron proporcionarnos.
Entrada elaborada por Rafael Páez Valle
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